Sexismo, lenguaje y pensamiento

Como el tema del sexismo, o sea, de la discriminación sexual (de la mujer, se sobreentiende), es un tema todavía candente, voy a relacionarlo hoy con el lenguaje y el pensamiento. Ya ha sido ligado más de una vez y han corrido ríos de tinta en los medios de comunicación, hablando en un sentido u en otro. ¿Puede el lenguaje provocar, por sí mismo, así como el pensamiento, algún tipo de discriminación social? Se ha escrito tanto que intentaré hacer un resumen sobre las distintas posturas que se han mantenido, acerca del sexismo y del lenguaje, y de la imbricación entre ambos. Para más adelante queda un artículo completo sobre el género gramatical.

Sexismo

¿El sexismo es también producto del lenguaje?

Para empezar hay que decir que hay autores que identifican machismo y sexismo, para otros no está claro y consideran que machismo es un subconjunto del sexismo, pero a efectos de nuestro artículo, esta es una consideración poco relevante.

Si definimos el sexismo como un actitud mental, o incluso como un comportamiento social, en principio no parece que esto tenga mucho que ver con el lenguaje en sí mismo. Con el pensamiento, o el modo de pensar, podría ser. ¿Por qué? Pues porque el lenguaje es una estructura mental (yo diría cerebral) que ya nos viene dada de antemano al nacer. No hay nada que hacer sobre ella. Aprendemos a hablar de la misma forma que aprendemos a caminar o a ejercer cualquier otra actividad humana. Un niño de dos años ya habla, y sin embargo no podemos decir que ya piensa, sería un poco osado… por lo menos no piensa como un adulto.

Hay que imaginar que el lenguaje es una estructura mucho más tardía, en la escala evolutiva del homo sapiens, que la del propio pensamiento. Incluso se han hecho experimentos con chimpancés, pero también con palomas, que nos hablarían de un pensamiento germinal. Sin embargo, el lenguaje es específicamente humano, y tiene todo que ver con la necesidad de comunicación más que con el pensamiento en sí mismo. Si yo le digo a alguien «¡cuidado!», porque estoy advirtiendo un peligro detrás de él (o ella), en realidad le estoy comunicando la presencia de ese peligro. O si digo… «ese objeto es azul», estoy comunicando una sensación sobre el color de ese objeto que comparto con individuos de mi especie.

Es más, hay idiomas que no tienen género, lo que en la familia idiomática indoeuropea se conoce como «masculino, femenino o neutro». Por supuesto, los géneros no tienen nada que ver con el sexo del individuo, salvo alusiones directas: león, leona, hombre, mujer, toro, vaca. Pero… ¿el sol es masculino?, ¿la luna es femenina?, ¿Los Estados Unidos son masculinos y La India o La China son femeninas?, ¿el amor es masculino y la guerra es femenina? No hace falta seguir, no hay relación entre la sexualidad (animal o humana) y la utilización de los géneros gramaticales, que son arbitrarios y decantados por el uso, simplemente. Y eso cuando hay género gramatical, que como hemos dicho, no es algo universal en todos los idiomas.

Parece complicado, por tanto, meter en la ecuación al sexismo, salvo en el resbaladizo tema de la utilización del genérico para designar a ellos y a ellas indistintamente. «Todos somos personas» incluye a hombres y mujeres, niños y niñas, ancianos y ancianas. Podría ser perfectamente al revés, nada hay en la estructura lingüística que lo impida. De nuevo, tenemos que hacer referencia al uso que hacen los hablantes de la lengua… y de sus necesidades específicas. Sabido es que los esquimales diferencian entre decenas de tonos de blanco, y nosotros apenas podríamos distinguir dos o tres. En este caso, las mujeres nos ganarían a los varones, puesto que ellas se fijan más en colores y son capaces de distinguir más tonos, pero salvo esos detalles de «género» (tanto lingüístico como sexual), poco más podríamos encontrar como tesoros ocultos.

Podríamos decir, para intentar introducir algún sesgo de sexismo, por ejemplo… que solemos decir «el hombre y la mujer», «el león y la leona» (no solemos ponerlo al revés), pero es de nuevo el uso el amo y señor. También es algo convencional decir «señoras y señores» al dirigirse a un auditorio y no decirlo precisamente al revés, que nada lo impediría desde el punto de vista de la lengua. Y si decimos que «Juan es una visita molesta para José», el hecho de que «visita» sea una palabra con género gramatical femenino no hace de menos a Juan. Otros usos son más visibles. Antes sólo se hablaba de juez, médico o capitán. Ahora, precisamente debido al uso, ya empleamos jueza, médica o capitana sin mayores problemas.

Aunque, de todos modos, sigue habiendo quien ve sexismo por todos lados. Otro ejemplo muy manido: «mujer pública» tiene un sentido despectivo, en tanto que «hombre público» lo tiene elogioso (últimamente no tanto, por lo que se refiere a los políticos). De nuevo es el uso el que nos orienta: «mujer pública» está usado en un contexto muy distinto que «hombre público», no hay por qué equiparar o buscar equivalencias entre ambas expresiones.

De la misma forma, «cabrón», además de ser el macho de la cabra, hacía alusión a la honorabilidad de un hombre, en tanto que «cabrona» supone un uso distinto, muy alejado del primero. Lo mismo cabe decir de «puta», que tanto puede representar un insulto como una condición profesional. No digamos ya «hijo de puta», que en teoría puede ser un estado de la persona (poco usado, hay que decirlo) que un insulto denigrante. En cualquier caso, tendrán que ser los defensores de la teoría de que el lenguaje propicia comportamientos sociales los que tendrían que demostrarlo, para encontrar que efectivamente un determinado uso de la lengua, en la escuela, en la familia, o donde sea… crea actitudes o mentalidades o posiciones de discriminación y por tanto de sexismo, con argumentos claros y no sesgados.

Foto de Darco TT, en Flickr

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Una respuesta

  1. Alberto Monk 15 junio, 2015 Reply

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