En el artículo sobre «Tipos de narradores» hice una introducción a este tema. Ahora toca hablar sobre uno de ellos en concreto: el narrador omnisciente.
El escritor elabora, al principio de su trabajo, un guion amplio del conjunto de ficciones que va a utilizar y que darán vida a su historia: punto de vista, narrador, tiempo, espacio, estructura, personajes, trama… El narrador es una ficción más en el acto de la escritura. Y como he insistido otras veces, no hay que confundir al autor con el narrador, ni siquiera en narraciones autobiográficas (las autobiografías no narrativas son otra cuestión diferente). El autor emplea al narrador como una voz ficticia que da vida a un personaje, a un testigo de la narración, etc…
Voy a poner un ejemplo práctico. Imaginemos que un autor decide, en su estructura narrativa previa, dotar de voz narrativa a un criminal. Si habéis oído hablar de la novela, sería el caso del protagonista de «Crimen y Castigo», de Dostoievski, aunque podrían encontrarse muchos casos parecidos. El escritor, en fin, hace que el criminal se exprese libremente (dentro de lo que cabe) y le concede todo el peso de la narración. No por ello vamos a pensar que el autor se identifica con todo lo que hace o dice ese narrador, ese contador de la historia, ¿verdad? Parece evidente.
Partiendo de las consideraciones anteriores, vamos a hablar del que —posiblemente— haya sido el más utilizado de las posibles voces narrativas, especialmente en la narrativa de los últimos siglos, entre otros motivos porque es el más fácil de implementar. El narrador omnisciente es la voz que controla la narración como un todo que unifica el relato bajo un patrón típico. Lo veremos a continuación.
Narrador omnisciente: definición
Omnisciencia fue un término muy utilizado en los tratados teológicos medievales. Era uno de los atributos de Dios: literalmente significa saberlo todo sobre todo. Algo que por otra parte es lógico. Si Dios representaba, al menos en la concepción de filósofos y teólogos, la Suma Perfección, era muy plausible que se le atribuyese, entre otras «virtudes», la de la omnisciencia, la de conocerlo todo; nada podía escapar al conocimiento de Dios, el cual era absoluto.
Bien, lo anterior solo era un pequeño prefacio para que nos imaginemos lo que significa, en la práctica, la utilización de un narrador omnisciente; es el narrador que lo sabe todo acerca de sus personajes, conflictos, sobre su futuro o sobre su pasado, sobre sus pensamientos, emociones y sentimientos. Y por supuesto, como en el caso de Dios, puede juzgar moralmente (e incluso condenar) los comportamientos de esas ficciones que conocemos en narrativa como personajes, y que dan vida a la historia.
Si al principio de este artículo dijimos que no había que confundir al autor con el narrador, en el caso del narrador omnisciente podríamos hacer una pequeña excepción, porque sería el tipo de narrador en que veríamos más factible poder hacerlo. En el siglo XIX, el siglo de la novela por antonomasia, se tenía la sensación de vivir en un mundo idílico en que el hombre (el ser humano, la especie en definitiva) era el rey de la Creación, por seguir con el lenguaje teológico. ¿En qué se traducía este presupuesto? En la convicción de que todo podía conocerse, en que una fuerza histórica llamada «progreso» era imparable, que podríamos conquistar lo que nos propusiéramos solo con chascar los dedos.
La evolución del narrador omnisciente
Sin embargo, las cosas no eran tan sencillas. Hoy sabemos que el progreso es una ilusión, que no somos reyes de nada y que todo lo más representamos una partícula ínfima de cualquier universo imaginable. De forma que, una vez caídos de la tentación narcisista, el saber enciclopédico, la autoría sapiencial, el intento de control absoluto, también en la narrativa, se hizo por momentos endeble; incluso podría considerarse, bajo una cierta perspectiva, como una necesidad psicológica de los propios autores, para asentarse en el mundo como dueños absolutos de todos los resortes, incluso —en este caso— de los narrativos. A fin de cuentas, un escritor es un ser humano tan normal como otro cualquiera.
De tal manera que los narradores se abrieron como las ramas de un árbol, se bifurcaron, adquirieron todos los tonos difusos imaginables. Y el narrador omnisciente sufrió con ello. Los autores se dieron cuenta que podían crear otras ficciones narrativas igualmente válidas, que un narrador no tenía por qué identificarse íntegramente con el autor; para ello, adaptaron múltiples puntos de vista. El punto de vista del narrador omnisciente era solo uno más de un conjunto más amplio: el flujo de conciencia, el monólogo interior, la metaliteratura, el lenguaje coloquial, la multiplicidad de puntos de vista…
El narrador omnisciente, de pronto, se vio privado de sus privilegios: no era necesario saberlo todo sobre los personajes, no era necesario saber el futuro de la historia y de cada protagonista, no era necesario siquiera tener un solo protagonista, no era necesario juzgar a sus criaturas, y en fin, no era en absoluto necesario influir sobre el lector, como si este no tuviera criterio propio.
Asimismo, la tercera persona gramatical, utilizada casi en exclusiva por el narrador omnisciente, dejó de estar favorecida por encima de las otras dos, y los autores comenzaron a utilizar la primera y la segunda personas como alternativas plenamente válidas para todo tipo de narraciones.
Bien, ¿y cuál es el estado actual sobre la situación? Pues, como no puede ser de otra forma, reina un eclecticismo total. Los autores son capaces de seguir utilizando al narrador omnisciente, como siempre se ha hecho, intentando dominar todos los resortes de la historia, pero también emplear otros narradores alternativos.
Por poner un ejemplo final respecto al punto de vista inicial de un relato o novela, imaginemos que Flaubert hubiera creído conveniente utilizar, en Madame Bovary, la voz narrativa del marido ofendido o traicionado. Una vez aceptado ese supuesto, el narrador tendría una voz diametralmente opuesta a la que nos brinda la novela tal como fue escrita. Un determinado autor habría elegido un narrador omnisciente en tercera persona y conocería hasta el último detalle de todos los comportamientos, todos los puntos de vista de todos los personajes, todas las posibles situaciones y conflictos y, en el caso más extremo, hasta juzgaría esos comportamientos o situaciones, desde un exclusivo y excluyente punto de vista.
Sin embargo, todo es relativo. Hay excelentes novelas con un narrador omnisciente y pésimas novelas con narradores de otros tipos. Al fin y al cabo, la literatura sigue siendo un arte y por tanto depende más del talento de cada autor que no de las técnicas específicas utilizadas en cada caso.
Si quieres saber más sobre técnicas narrativas modernas te invito a examinar el manual con ejemplos didácticos en cada capítulo que puedes ver aquí. Precisamente el capítulo sobre los tipos de narradores es el más extenso del libro. Gracias, en cualquier caso.
Foto de Xerones, en Flickr
Si te ha interesado el artículo, no dudes en comentarlo más abajo. O, en todo caso, difundirlo en tus redes sociales favoritas para que llegue a más usuarios.
Muy interesante y muy completó. Había leído de este tipo de narrador, pero nunca con esta profundidad. Gracias por compartirlo.