En el artículo «El arte de contar historias» di unas pinceladas apresuradas en torno a algunas claves sobre la escritura. Hoy hablaré de la metaficción. La palabra puede sonar muy rara, pero básicamente quiere dar a entender la relación del autor con su obra, con su oficio, es decir, para ser claros del todo: se habla de metaficción cuando un escritor se refiere a sí mismo en una obra o en un conjunto de obras; en el campo de la literatura, lo llamaremos metaliteratura. Sin embargo, para hacer el término más general y poder incluir ejemplos de todo tipo, usamos el término inclusivo de metaficción, que puede referirse a cualquier arte.
Por ejemplo, cuando Velázquez se pinta a sí mismo y a diversas circunstancias adyacentes al arte de pintar, en el cuadro de «Las meninas», se refleja a sí mismo mientras practica su oficio, lo que no deja de ser una autorreferencia y, por tanto, podemos considerarlo una forma de metaficción.
La metaficción en literatura se remonta a siglos atrás. Por ejemplo, cuando Cervantes, en la segunda parte del Quijote, se refiere a una segunda obra de un tal Avellaneda con el mismo título que la suya, sin salir de la ficción de la trama, está realizando una reflexión sobre su arte y el plagio que ha descubierto en otro autor.
En la imagen que he seleccionado vemos a Jorge Luis Borges, un escritor contemporáneo que llegó a incorporar la metaficción en algunos de sus relatos de un modo habitual. Otros muchos autores lo han hecho en los últimos tiempos, e incluso la característica de la metaficción se la asocia últimamente con el fenómeno cultural del posmodernismo. Sin embargo, ni Cervantes ni Borges eran posmodernistas, ni siquiera había nacido esa filosofía mientras ellos estaban vivos.
La metaficción ha utilizado múltiples variedades, desde el homenaje a otras obras hasta la aparición continua del escritor en la trama de las ficciones que elabora. Por ejemplo, Emmanuel Carrère, un escritor francés, es en la actualidad uno de los mayores exponentes del fenómeno de la metaficción. En su última novela, «El reino», hace continuas referencias a sí mismo y a qué es lo que le llevó a escribir la novela, y por ello nos cuenta sus tribulaciones respecto a la fe cristiana, su alejamiento… y su último acercamiento en forma de reflexión general sobre esos cambios sobre sí mismo que luego amplía en la ficción a sus personajes. Es un modelo perfecto de metaficción.
La metaficción como estrategia narrativa
Tenemos que pensar, de forma amplia, que la ficción tiene muchas caras; así, cuando un escritor inventa una trama, unos personajes, etc., de ficción… lo que hace es aparcar por un momento la realidad cotidiana para introducirnos en un mundo paralelo, ficticio. Pero si el autor, en un determinado momento, decide, de pronto, entrar en ese mundo como una ficción más a través de su realidad concreta de ser de carne y hueso, implicándose de alguna manera en la narración, ¿qué podemos reprocharle?
Tendremos que convenir, a la postre, que la metaficción no es más que otra estrategia narrativa adicional, que podrá emplearse mejor o peor según el talento y la originalidad de cada autor, como cualquier otra técnica de carácter literario. La base será siempre que el lector participe en la ficción, de una forma u otra. Si el escritor lo consigue, ¿no nos dará igual el método que haya empleado?
La metaficción como autoconciencia
Hay quien dice que la metaficción no es más que la autoconciencia del escritor respecto a su función social, preguntándose sobre sí mismo y los límites de su arte u oficio, incluso sobre su papel en ese gran artefacto moderno llamado «entretenimiento». Sea como sea, corresponde al lector valorar si las estrategias elaboradas por un autor, o más en general, si su autoconciencia respecto a su valor y misión en el ejercicio de su arte, son adecuadas o no.
El lector, quiera o no quiera, siempre realiza una labor de descodificación de los textos autorales. Si acaba convencido de la excelencia o de la pertinencia del propósito, será más que suficiente para que podamos decir que un proyecto literario ha conseguido su propósito inicial. Mucho habría que hablar sobre la metaficción en este terreno resbaladizo de la autoconciencia, pero por hoy lo dejaremos aquí.
Otras estrategias de la metaficción
La metaficción puede adoptar muchísimas manifestaciones distintas. Veamos algunas de tipo clásico:
- Un personaje pregunta o busca al autor.
- El autor se encara con un personaje y le pide explicaciones.
- El autor se incluye como personaje en la ficción y actúa como tal.
- El autor se pregunta por la realidad de la ficción y por la de él mismo.
- El autor se refiere en ocasiones a la ficción de la realidad, un sueño inacabable…
- Los personajes se rebelan contra la trama del autor y salen de la misma.
- El autor rompe la lógica de la ficción para introducir píldoras de cruda realidad.
- El autor se vuelca, en el curso de la trama, sobre el proceso de creación de la obra.
- El autor recurre a los juegos de palabras para saltar de la ficción a la realidad.
La lista de estrategias de la metaficción podría continuarse indefinidamente; la anterior solo es un ejemplo nimio de las características técnicas, formales, existenciales, lingüísticas… por las que un autor puede realizar una labor de metaficción en cualquiera de sus obras, incluso en su conjunto.
Si quieres saber más: puedes consultar el completo artículo de Wikipedia, con múltiples referencias.
Foto de Susana Mulé, en Flickr.
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EN EL QUIJOTE EN LA SEGUNDA ARTE LLEGAN SANCHO Y EL QUIJOTE A UNA imprenta dónde ven que se está imprimiendo su propia historia y comienzan a verter interesantes comentarios acerca de sus aventuras y de su propia vida y de su persona.LO INTERESANTE AQUÍ ES CÓMO LOS PROPIOS PERSONAJES DE UNA NOVELA PUEDEN INTERVENIR DENTRO DE LA PROPIA OBRA Y ESO SUCEDE EN 1604, O SEA QUE AHÍ SE DIO EL EMPLEO DE LA META-FICCIÓN EN LA Literatura, siendo Cervantes uno de los principales introductores de la técnica en cuestión.